domingo, 16 de noviembre de 2008

AGONIZA LA GLOBALIZACIÓN

A comienzos de la década de 1990, se presumía que la globalización sería la ola del futuro, hace quince años, los documentos de los pensadores globalistas como Kenichi Ohmae y Robert Reich celebraron el advenimiento del sur­gimiento del llamado mundo sin fronteras, proceso por el cual las economías nacionales relativamente autónomas se transformarían en una economía global única funcional­mente integrada, lo que era pregonado como irreversible, mientras que aquellos que se oponían a la globalización fueron descartados con desprecio como una encarnación moderna de los ludistas que destruían las máquinas du­rante la Revolución Industrial.

Quince años después, a pesar de las marcas de productos que se consumen en todo el mundo y el apro­visionamiento externo, lo que se entiende por economía internacional sigue siendo una colección de economías nacionales, estas economías son interdependientes, sin lugar a dudas, pero los factores domésticos determinan todavía en gran medida su dinámica; la globalización, en realidad, ha alcanzado su nivel más alto y comienza a re­troceder.

Durante el apogeo de la globalización se nos dijo que las políticas de Estado ya no importaban y que las grandes compañías pronto dejarían pequeños a los Es­tados, en realidad, los Estados todavía importan, la Unión Europea, el gobierno estadounidense y el Estado chino, son actores económicos más fuertes hoy que hace una dé­cada, en China por ejemplo, las empresas transnacionales marchan al son que toca el Estado y no a la inversa.

Hace quince años nos dijeron que esperáramos el surgimiento de una elite capitalista transnacional que manejaría la economía mundial. Ciertamente, la globalización se transformó en la "gran estrategia" de la administración Clinton, que avizoraba a la elite estadounidense primera entre pares en una coalición mundial liderando el camino hacia un nuevo y benigno orden mundial. Ese proyecto está hoy hecho trizas. Durante el reinado de George W. Bush, la facción nacionalista ha superado ampliamente a la facción transnacional de la élite económica. Los Estados de corte nacionalista están hoy compitiendo duramente unos contra otros, buscando que su propia economía se imponga sobre las otras.

Hace una década nacía la Organización Mundial del Comercio (OME), sumándose al Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional como uno de los pilares del sistema de gobernanza de la economía internacional en la era de la globalización. Con aire triunfalista, los funcionarios de los tres organismos se reunieron en Singapur durante la primera reunión ministerial de la OMC en diciembre de 1996, y definieron la tarea pendiente de la “gobernanza mundial" como el logro de la "coherencia", es decir, la coordinación de las políticas neoliberales de las tres instituciones para asegurar la integración tecnocrática de la economía mundial, sin sobresaltos.
El FMI está prácticamente difunto. Conscientes de que el Fondo precipitó y empeoró la crisis financiera asiática, más y más países en desarrollo se niegan a pedir prestado del Fondo o están pagando por adelantado, a la vez que algunos declaran su intención de no volver a pedirle al Fondo nunca más.

El Banco Mundial parece gozar de mejor salud que el Fondo, pero habiendo tenido un papel central en la debacle provocada por las políticas de ajuste estructural que dejó a la mayoría de los países en desarrollo y las economías en transición que las implementaron, con mayor pobreza, más desigualdades y en estado de recesión, también el Banco atraviesa una crisis de legitimidad. Para agravar las cosas, un panel de expertos oficiales de alto nivel encabezado por el ex economista en jefe del FMI

¿Por qué se vino a pique la globalización? Prime­ro que nada, se exageró el alcance de la globalización. El grueso de la producción y las ventas de la mayoría de las transnacionales sigue teniendo lugar dentro de su país o re­gión de origen, existe solamente un puñado de compañías verdaderamente globales cuya producción y ventas están relativamente dispersas por igual en distintas regiones.

En segundo lugar, en vez de haber forjado una respuesta común y cooperativa ante la crisis mundial de sobreproducción, estancamiento y ruina ambiental, las élites capitalistas nacionales han competido entre sí para lograr esquivar el peso del ajuste. La administración Bush por ejemplo, ha promovido una política de un dólar débil como forma de fomentar la recuperación y crecimiento de la economía estadounidense a costa de Europa y Japón. Si bien la cooperación puede ser la opción estratégica racional desde el punto de vista del sistema capitalista mundial, los intereses capitalistas nacionales están preocupados fundamentalmente en no perder frente a sus rivales en el corto plazo.
Un tercer factor ha sido el efecto corrosivo del doble discurso desplegado descaradamente por la potencia hegemónica, Estados Unidos, aún cuando la administración Clinton sí intentó encaminar a Estados Unidos hacia el libre comercio, la administración Bush, por el contrario, ha predicado hipócritamente el libre comercio y al mismo tiempo practica el proteccionismo, por cierto, la política comercial de la administración Bush parece ser libre comercio para el resto del mundo y proteccionismo para Estados Unidos.

En cuarto lugar, ha habido una gran distancia entre la promesa de la globalización y el libre comercio y los resultados efectivos de las políticas neoliberales, que han sido más pobreza, desigualdades y recesión, uno de los pocos lugares donde ha habido una disminución de la pobreza en los últimos 15 años es China, pero fueron las políticas intervencionistas del Estado que controló las fuerzas del mercado, y no las prescripciones neoliberales, las responsables de haber sacado de la pobreza a 120 millones de chinos. La globalización del sector financiero tuvo lugar mucho más rápido que la globalización de la producción.

Otro factor que contribuye al quiebre del proyecto globalista deriva de su obsesión por el crecimiento económico. Por cierto, el crecimiento infinito es la médula de la globalización, el resorte central de su legitimidad. Si bien un informe reciente del Banco Mundial continúa, contra toda lógica, exaltando el crecimiento rápido como la clave para la expansión de la clase media en el mundo, el calentamiento global, el agotamiento inexorable del petróleo barato o peak oil y otros eventos ambientales hacen que la población comience a tener claro que el ritmo y los patrones de crecimiento que acompañan a la globalización son una prescripción a toda prueba para alcanzar un Armagedón ecológico.

El último factor, que no debe subestimarse, es la resistencia popular a la globalización, las batallas de Seatt-le en 1999, Praga en 2000 y Génova en 2001; la marcha masiva contra la Guerra realizada en todo el mundo el 15 de febrero de 2003, cuando el movimiento anti- globalización se metamorfizó en movimiento mundial contra la guerra, el fracaso de la reunión ministerial de la OMC en Cancún en 2003 y el casi fracaso de Hong Kong en 2005; el rechazo de los pueblos de Francia y Holanda a la Constitución Europea todos ellos han hecho retroceder al proyecto neoliberal.

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